Los golpes sucesivos que las fuerzas militares colombianas han asestado a las FARC los últimos años tienen secuelas internas (Colombia) y externas,preocupantes en el caso de sus vecinos.
Esta semana se difundió la noticia de la muerte del Mono Jojoy, considerado el guerrerista por excelencia de las FARC, luego de un feroz bombardeo, en Colombia.
Lo ocurrido con Jojoy es la secuela de un sistemático operativo para descabezar al grupo subversivo, que tiene un antecedente relativamente próximo muy importante: la muerte de Raúl Reyes, el 1 de marzo, en Angostura, Ecuador.
Quienes pensaron que el hoy presidente Juan Manuel Santos, para proyectar una imagen de estadista moderno, bajaría la guardia se equivocaron estrepitosamente. Apenas llegó al poder advirtió que seguiría aplicando la política de seguridad que estuvo en sus manos cuando fue ministro de Defensa en el Gobierno de Álvaro Uribe. Y eso implicaba seguir con mano dura hacia la consecución de un fin: doblegar a la guerrilla, que a pedido retomar las negociaciones con el régimen pero con ciertas condiciones.
Las bajas en las FARC, sobre todo de comandantes y jefes de diferente nivel, han sido constantes, aunque también han existido ataques esporádicos a las fuerzas militares colombianas (con la muerte de varios policías y militares), las últimas semanas.
Buenas noticias en el campo oficial-guerrerista para Colombia. Malas para el Ecuador. El desborde de las secuelas del conflicto, más allá de la aceptación o negativa de los políticos de turno, es un hecho.
Lo peligroso es que es un fenómeno complejo, difícil de medir y controlar con eficacia. Mientras más acorraladas y desmanteladas estén las FARC en Colombia, una parte de sus tropas, al menos las que se ubican en el Putumayo, huirán hacia el Ecuador, Venezuela... donde han tendido redes desde hace muchas décadas. A ese factor hay que sumarle la grave situación de los desplazados. De la población civil que está en medio del conflicto.
Una parte de los subversivos que pasan al país, con cédulas ecuatorianas adulteradas, o con carnets de refugiados, están articulados a organizaciones delictivas de tráfico de armas, alimentos, vituallas, cocaína... Son los encargados de concretar los negocios con esas mafias, esa es su tarea.
Así, nuevamente las consecuencias del conflicto colombiano se sentirán con más fuerza en algunos de los países vecinos, especialmente en Ecuador, por su cercanía y vulnerabilidad, que está tratando de ser manejada de una forma más preventiva y eficaz en la frontera por el Gobierno.
En este contexto, Ecuador subió el perfil de cooperación con las fuerzas colombianas en lo que le cabe: resguardar sus fronteras, pero con un aumento de las tropas y en el intercambio de información de inteligencia.
Lo de fondo: que está haciendo el país frente a la estampida silenciosa de subversivos que llega al país, conforme la guerra arrecia en Colombia. Qué acciones está tomando la Secretaría de Inteligencia para mapear el fenómeno, recolectar información en el terreno, compartirla con las fuerzas militares y policiales.
Este tema de fondo que de alguna manera ya se ha expresado en los casos sucesivos de narcotráfico, sicariato, usura (a través de los llamados prestadiarios) merece una política de Estado. Enviar más tropas a la frontera es un placebo para curar mediáticamente el miedo de la población al conflicto.
Hay que atacar al corazón del problema de manera conjunta, regional: los carteles del narcotráfico verdaderas transnacionales delictivas, ya han probado lo lejos que pueden llegar en México, donde el estado se ha convertido en una fachada, en un cascarón, que está trizado.
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